Nuestro
invitado de la noche, Víctor Ugalde, llegó al cineclub en la llovizna
para disfrutar por vez número diecinueve de esta magnífica película y
deshilvanar una historia de personajes mitológicos que ya por fin le
parece que "podría ser más dinámica" en el montaje: Tiburoneros,
de Luis Alcoriza (México, 1963). Pero además, con ligereza desinteresada
Víctor nos platicó muchas cosas sobre el cine que se hacía en esa
época, antecedentes que ayudan a entender de dónde salió esta obra
maestra en contraste con la tendencia comercial que caracterizó el cine
mexicano de esa década.
En los años 60 la
producción de cine en México era controlada por el monopolio de "las
siete familias" (Gregorio Wallerstein, Alejandro Galindo, Ismael
Rodríguez, Arturo Ripstein, Alfonso Rosas Priego, Fernando De Fuentes y
los hermanos Calderón), y se hacía básicamente de dos maneras, al estilo
de Enrique Guzmán (urbanitas) o "de caballitos" (rancheritas); en fin,
dos caras de lo mismo: cine de estereotipos, con sus excepciones. Fue el
tiempo de la peor censura al cine; no se permitía hablar del presidente
ni de la iglesia ni del ejército ni del himno nacional, ni mostrar la
pobreza, la sexualidad, la oposición. "El cine más falso de la historia
en México se hizo en los sesentas", nos cuenta Ugalde. Había
"facilidades" para los productores con el fin de que se abstuvieran de
hacer críticas.
Sin embargo, también estaban
los intelectuales, orgullosos todavía del triunfo de la Revolución
Cubana, empapados de los distintos movimientos sociales y culturales en
el mundo, y que querían hacer cosas diferentes. Hacer buen cine en
México se trataba de "contar lo que querías contar sin que te mordiera
la censura, y de todos modos te mordía", recuerda Víctor. Alcoriza filmó
sus mejores obras durante la peor época de la censura, las famosas
"tres T": Tlayucan (1962), Tiburoneros (1963) y Tarahumara
(1965), a la cual le mocharon 30 minutos y tiraron los negativos a la
basura; la única evidencia que existe de la historia completa es un
guión resguardado en la Sociedad General de Escritores de México
(Sogem), institución defensora de los derechos de autor, de la cual
Alcoriza fue miembro fundador. Pero tampoco satanicemos los sesentas.
Censura ha habido en todas las épocas. "El único presidente que no
censuró nada fue Lazcuráin", dice Víctor con media sonrisa sarcástica
(Lazcuráin sólo fue presidente durante 45 minutos).

Con Tiburoneros,
Luis Alcoriza logró escribir un guión que le dio la vuelta al sistema
de censura. La pobreza que muestra "es festiva", por lo que no cuesta
tanto mirarla, y el enfoque no está puesto en ella como denuncia sino
que es parte enriquecedora del contexto, pero no el conflicto central.
En todo caso, el cuestionamiento que hace esta película sobre la pobreza
es más bien en el terreno de lo interno, lo existencial. ¿Cuál pobreza?
¿La pobreza del paisaje urbano que Aurelio ve por la ventana en la
ciudad o la pobreza económica de los pescadores? ¿La pobreza espiritual
que exige la vida en las urbes o las rudas relaciones de supervivencia
cerca de la naturaleza? Estos son los cuestionamientos que Aurelio se
hace a sí mismo, sin denunciar a nadie sino simplemente como medio para
entenderse y elegir su camino. Aurelio es un personaje "mitológico",
comentó alguien que ha seguido muy de cerca el cineclub desde el otro
lado del Atlántico y que en esta ocasión nos honró con su presencia.
Aurelio es un héroe, pues decide su destino libremente, buscando una
nueva manera de relacionarse con el mundo, con la familia, con el amor,
con el trabajo, sin dejar de lado su responsabilidad como líder, un
puesto que en el mar se ha ganado.

En la cola del neorrealismo italiano ciertos productores apostaron por un "neorrealismo mexicano". Por ejemplo Antonio Matouk,
de origen Libanés, productor de esta y otras películas de Alcoriza, era
además de un productor colmilludo "un tipo sensible", y pensaba que se
podía hacer cine diferente del habitual, que contara historias
nacionales, pero que también dejara dinero. Y tampoco olvidemos que Luis
Alcoriza era español, por lo que seguramente tuvo un contacto más
cercano con el neorrealismo italiano. Con esta historia, Alcoriza logra
contar lo que él quería pero sin romper las reglas comerciales: "que
haya una historia de amor, triste o feliz pero que la haya, que aparezca
algún actor famoso (Julio Aldama),
y un personaje chistoso (aquí hay dos, el Pigüa y el borrachito).
Habiendo resuelto esto, Alcoriza se permitió apostar por actores
desconocidos y con poca experiencia, filmar en blanco y negro (aunque ya
era habitual el color) y rodar casi toda la película en exteriores,
cosa que era difícil en ese tiempo (no había equipo portátil, todo era
grande y pesado, por lo que en los estudios se hacía todo, y se
construían escenografías hasta de campos y ríos; un crew mínimo
era de 58 personas). A mediados de los 60 surgió el formato 16 mm, lo
cual significó el inicio del cine independiente en México, pero Alcoriza
se las ingenió para filmar siempre en 35 mm.

Claro que para cuando Alcoriza hizo Tiburoneros en 1963 ya era un cineasta con mucha experiencia. Había escrito más de 50 películas, entre ellas Los olvidados (1950) y El ángel exterminador (1962) con Luis Buñuel, La hija del engaño (1951) con Janet Alcoriza, Tlayucan (1962), la cual también dirigió y que le valió una nominación al Oscar y una Diosa de Plata, y Los jóvenes (1961), su ópera prima como director que estuvo nominada al Oso de Oro en el festival de Berlín. Con Tiburoneros obtuvo
por segunda vez la Diosa de Plata de los Periodistas Cinematográficos
de México, y dos años más tarde, con la última de "las tres T", Tarahumara,
obtendría en Cannes un premio de la crítica y una nominación a la Palma
de Oro. En 1963 Luis Alcoriza había adquirido mucho oficio y "tenía
cosas que contar", pero además era un gran observador y tenía muy buen
oído para los diálogos. Independientemente del reconocimiento en
festivales, Alcoriza logró un cine que "permanece en el imaginario
mexicano", un verdadero cine de autor.

Y
es que en esos años no todo era negro; se podía vivir de la pluma. Uno
podía llegar con su argumento a la oficina de un productor y conseguir
fácilmente un buen adelanto para desarrollarlo. No como hoy, que el
guionista debe escribir el guión y luego "tomarse un curso de
producción" con la esperanza de levantar su proyecto él mismo, bromea
Víctor. Los productores actuales, salvo excepciones, han aprendido
"todas las malas mañas que escucharon en los cafés y no tienen la
experiencia" que los viejos productores adquirieron en el campo de
batalla. Y quizás lo mismo sucede con los guionistas. Lo que hacía
Alcoriza era escribir el guión en la ciudad y luego irse a la locación
para afinar detalles y montar los diálogos. Otras películas suyas que
Víctor nos recomienda son El gángster (1965, escrita por Janet Alcoriza), Mecánica nacional (1972), La chamuscada (1971, escrita junto con Juan de la Cabada y dirigida por Alberto Mariscal), El muro del silencio (1974), Presagio (1975, escrita en colaboración con Gabriel García Márquez), y Tac-tac (1982, coescrita con Antonio Monsell).

Como guionista, Luis Alcoriza aprendió mucho de su mujer, Janet Alcoriza,
actriz y bailarina pero sobre todo guionista, quien escribió con él
muchos de sus guiones y cuya obra incluye más de 80 libretos. Nacida en
Austria, criada en Estados Unidos, educada en Europa y enamorada de
México, Janet escribió para directores como Julián Soler, Miguel M.
Delgado, Norman Foster, Alfredo Varela Jr. y Matilde Landeta, y escribió
en colaboración con figuras como José Revueltas, Luis Buñuel, Juan de
la Cabada, Alejandro Galindo y Chano Urueta.

Nuestro
visitante trasatlántico mencionó algo muy interesante: la película es
"estridente". Y lo es no como sinónimo de sórdido, sino en el tono; esta
característica estilística es testimonio del buen oído de Alcoriza que
retrata la personalidad mexicana. Alcoriza no mira como un colonialista
sino que se funde y capta el punto de vista subjetivo del lugar. Tiburoneros
refleja las clases sociales y el pensamiento de su tiempo. Aurelio es
un espíritu libre cuya elocuencia justifica su falta de "machez". Y
Manela, su "tiburona", es un personaje de "absoluta nobleza".
Con
una producción que manifiesta la gran experiencia técnica de la sección
49 del Sindicato de Trabajadores de la Industria Cinematográfica
(STIC), una fotografía muy bien cuidada, un guión de hierro, una
dirección que destaca las sutilezas de los personajes sin caer en el
sentimentalismo y un productor que supo dónde poner la billetera, Tiburoneros es un filme obligado para todo cinéfilo que se precie de serlo.
Los esperamos el próximo MARTES 13 de Julio con la proyección de TEQUILA,
de Rubén Gámez (México, 1992). Nuestro invitado de la noche, Guillermo
Vega, quien ha acompañado el camino de nuestro cineclub desde sus
inicios.
¡Abróchense los cinturones!
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